jueves, 30 de septiembre de 2010

mal au ventre

Egon Schiele | Wally in Red Blouse | 1913


"...experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas. Era octubre."

El coronel no tiene quien les escriba, Gabriel García Márquez

miércoles, 10 de febrero de 2010

la febre i les seves conseqüències.

el fantasma calamaro sempre torna de nou...

imatge: Lee Friedlander (últimament, els meus somnis són com les seves fotografies)

viernes, 27 de febrero de 2009

sábado, 31 de enero de 2009

beirut retorna (?) per una bona causa


*organització que porta 20 anys lluitant contra el VIH i el sida “a través de la cultura pop”.

la crua realitat

ja he anat a veure revolutionary road (amb els papis... amb qui sino?).

crua i dura. com la vida mateixa. sense paraules. els últims deu minuts m'han sigut molt durs. m'he tingut que posar com una boleta a la butaca de la sala amb les cames creuadíssimes (les dones m'entendreu, i algun que altre home, espero) i tapant-me el perfil de la cara, perquè el senyor del barret elegant del meu costat no em veies plorar. sí, he plorat. sí, sóc de la llagrimeta fàcil. però aquest cop no ha sigut llagrimeta, no... he estat a punt de cridar, perquè m'ofegava. se m'ha fet un nus a la gola que feia temps que no sentia. i, hores més tard de veure-la, encara em dura.

no la podré tornar a veure, almenys fins d'aquí un temps... estic massa sensible últimament, i el tema el qual tracta la peli em toca (ens toca) molt d'aprop. no paro de pensar-hi... l'he de tornar a veure per entendre millor als personatges, sobretot el d'ella (per cert: majestuosa kate... borda el paper a la perfecció absoluta), però com ja he dit, d'aquí a un temps i sola, per poder desfogar-me millor.


la frase: 
no recordo ben bé com era el diàleg, però deia algo així:

- es normal que quieras desaparecer...
- aparecer. lo que quiero es aparecer.

martes, 27 de enero de 2009

El miedo a la revolución



CARLOS BOYERO 23/01/2009

Alan Ball, ese ingenio tan negro como potente, creador y alma de la turbadora serie A dos metros bajo tierra, colocó hace 10 años en manos de Sam Mendes, un señor inglés con prestigiosa huella en el teatro pero virgen en el cine, el brillante y ácido guión de la tragicómica American beauty, retrato de sueños incumplidos, excentricidades con causa, violencia reprimida y subterráneas o transparentes perversiones de la clase media estadounidense, habitantes de barrios residenciales en los que se supone que cada cosa está en su sitio, colmenas selectas y protegidas de los tormentos psíquicos y de la incertidumbre existencial por la estabilidad económica y el estatus social que han conseguido con esfuerzo o con naturalidad, gente en paz con el sistema.

No es casual que vuelvan a entregarle a Mendes un material en aquella onda, la adaptación al cine de una venerada novela de Richard Yates que habla de la insatisfacción cotidiana y los íntimos y lacerantes anhelos de algunos representantes modélicos del aparente "todo va bien". Pero en Revolutionary road, a diferencia de American beauty, no hay sátira, no hay esperpento sobre las miserias en ebullición, no hay motivos para la risa sarcástica observando y escuchando la repentina y volcánica transgresión de los que habían construido su vida intentando estar de acuerdo con ella y ateniéndose a las reglas sociales. Aquí sólo hay tragedia de primera clase, desolación al comprobar que las vías de escape están selladas, que el sueño de que la deseada vida puede estar en otra parte y la necesidad de huir de lo establecido no son suficientes para abandonar lo que has almacenado, para prescindir de la seguridad, los confortables hábitos, la asumida mediocridad, el "nunca pasa nada" y enfrentarte al riesgo y la intemperie que puede implicar la aventura, la búsqueda de lo que asocias a la plenitud.

El esfuerzo de este matrimonio que se propone avanzar por territorios inexplorados para que su amor no se oxide, luchar contra la resignación al hastío, cambiar en los años cincuenta los roles tradicionales de una pareja clásica, pillar el último tren de las ilusiones, poner en práctica lo que desea el alma y la prosaica realidad desaconseja, está descrito con sensibilidad y hondura, piedad y capacidad de conmoción. Sam Mendes te hace sentir su crisis, sus dudas, su miedo, su desencanto, su definitiva incomunicación y su derrota. No puedes sentirte ajeno a este drama sobre la claudicación. Yo, al menos, me quedo pegado en la butaca hasta que terminan los títulos de crédito, con la sensación de que lo que te han contado sobre esa gente es de verdad, hipnotizado por el sombrío olor de la depresión que renuncia al llanto, una depresión que se ha hecho muda.

Y te conmueve la intensidad y la veracidad del excelente DiCaprio y de una Kate Winslet que está más allá del elogio transmitiéndote humanidad, el ansia de eso tan problemático y huidizo llamado felicidad.

viernes, 9 de enero de 2009